Luego de idas y vueltas, finalmente salimos las tres familias en dos coches hacia Los Altares para pasar el fin de semana largo. No teníamos idea con qué nos íbamos a encontrar, pero llevábamos carne, vino y cerveza, mucha cerveza.
Martín con Cristina y Emma iban con León en el Fiesta y nosotros, con Caro y Fran, salimos con Matías, en la Tracker.
Puntuales, a pesar de los reclamos de Martín, salimos pasadas las 10 hacia Trelew, donde paramos unos segundos a ver el megatitanosaurio aún sin nombre que la Municipalidad de Trelew instaló en la entrada de la ciudad. Eso sí, de lejos porque estaba recién pintado y no podíamos acercarnos para no levantar tierra y que se le pegue a la espalda del bicho, de los visibles remaches no dijeron nada.
Luego fuimos a comer al Molino Harinero, en Dolavon, y mientras esperábamos la mesa, Francisco nos sorprendió con siete dobles seguidos en la cancha de básquet de al lado.
Llegamos al motel del ACA, tiramos las cosas, pagamos las dos noches y salimos para el camping, al lado del río.
Al rato aparecieron dos holandeses, Erik el Rojo y el otro. En moto, armaron una carpa donde entraban ellos y toda la comitiva de Máxima con sus hijos y mayordomos y se acercaron hasta el río. Un río de la Patagonia, un río que nace en las montañas y desagota en el mar, un río, que a esa altura no conoció ni una industria, un río marrón de tierra y de vida: "¿En serio se meten en eso ustedes?". Hacete ver, holandés.
A la noche compramos los famosos sanguches de jamón crudo y manteca de Los Altares y nos internamos en medio de la nada a cenar bajo un manto increíble de estrellas.
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